Your heaven*.*

La casualidad cruzo tu vida con la mía, la absurda casualidad. Esta cuidad que a veces es demasiado pequeña, hoy volvió a obligarme a fundirme en tus ojos.
Con la mitad de mi vida armada, ese día me deje convencer, un par de cervezas era la excusa perfecta, para llegar hasta ese pub capitalino, sofisticación con aires de antro. “Antro con clase” le llamó Esteban, mi amigo del alma, solos los dos nos sentamos a arreglar el mundo, bajo el desfile de alcohol que nos rondaba la sangre y la mente.
De pronto, como si la nada se abriera bajo mis pies, te vi, como la aparición de un ángel extraviado... no me viste, pero te clavaste en mi deseo, junto con la risa de mi amigo, recordándome que la vida me esperaba en casa.
El exceso de alcohol, la buena “conversa” y la excelente música, programada por nosotros, me hizo olvidar que estabas ahí... tras esa puerta.
Llevábamos unas 5 hrs. bebiendo, eso era demasiado para mí. Me pare, para poner un par de canciones más y mi poca lucidez, casi me hizo chocar contigo, alabados mis reflejos, me dejaron a dos centímetros de tu respiración...
Tu mirada se clavo en mis ojos, obligándome a mirar al suelo.
-Disculpa
-No te preocupes- me sonreíste tan cálidamente y seguiste tu camino.
-La razón que te demora, esa es una gran canción- esa voz estremecedora, susurrando en mi oído, mientras buscaba buena música.
-Te parece; si me gusta... y La Balada del Diablo y la Muerte.
-Te gusta la Renga
-Mucho
-Que bien ¿Y Rata Blanca?
-Si...
-Miguel, mucho gusto- Me estiraste la mano y al contacto con la mía, sentí que mi mundo se detenía
Esteban me llamo
-Voy a la mesa... - pero tu mano me detuvo.
-Tu nombre es...
-Anne
-Entonces, Anne, después de la Renga, viene un regalo para ti.
Esperé impaciente la canción. Esteban, mucho más borracho que yo, escuchaba a la Renga desde su abismo. Tú, parado en el umbral que dividía los dos ambientes, me mirabas y sonreías.
“Siento el calor, de toda tu piel
en mi cuerpo, otra vez
estrella fugaz, enciendes mi ser
misteriosa mujer”
Era un gran regalo...
Ya casi nos íbamos, cuando apareciste, con tu ropa de calle, te habías quitado el uniforme, y un vaso en la mano. Disparaste directo a mis ojos.
-Se puede
-Claro. Esteban, mi jefe... Miguel, trabaja acá.
Conversamos un rato de tu vida, de las nuestras, hasta que se hizo demasiado tarde. Nos marchamos con la promesa de Esteban de que pronto volveríamos, si, volveríamos, la próxima semana.
Pero no fue así, pasaron tres semanas antes de volver. Tu imagen, tu voz... incrustadas en mi mente esas tres semanas. Perturbando mi tranquila y casi armada vida.
-Me mentiste- fue lo primero que salió de tu boca, susurrando en mi oído, en tu abrazo.
-Yo no prometí nada, me dieron vacaciones, salí fuera de Santiago.
-Ok. Perdonada, sólo por que estas aquí otra vez, pero te esperé toda esa semana.
-Disculpa- y tu sonrisa me dijo que estaba perdida.
Éramos más que esa primera vez, de vez en cuando te acercaste a mí, cuando puse música, de vez en cuando mis ojos debieron bajar ante tu mirada. Y el rito se repitió, ropa de calle, el vaso en la mano, te sentaste a mi espalda, obligándome a voltear y alejarme de todos.
-¿Te vas luego?
-Quiero, pero nadie quiere irse.
-¿Dónde tomas locomoción?
-En la Alameda.
-Yo te acompaño, pero primero nos tomamos esto y escuchamos una canción.
-Gracias.
Y “Mujer Amante” otra vez.
Salimos del lugar, bajo la mirada de mis compañeros, pero que, ya daba lo mismo. Ya estaba echada mi suerte.
-Trabajas mañana.
-Si, a las 07:30
-Auch! Y no sería mejor entonces, irnos a un bar y conversar, mientras hacemos la hora.
Empezamos a caminar sin rumbo. Hablando, riendo... de pronto, te paraste frente a mí. El corazón se me detuvo. Tu boca tan cerca de la mía que casi podía sentirla y ese beso hecho abajo todas mis convicciones.
Perdí la cabeza, no recuerdo si estuvimos de acuerdo o nuestros pasos nos llevaron, pero reaccioné en la cama de un hotel, tendida, mientras tú, en el mini bar, buscabas algo para beber.
-Dios mío, Anne, ¿qué estas haciendo aquí?- me dije, pero al mismo tiempo me conteste –Sólo lo que quiero hacer.- Y cerré los ojos.
De pronto te sentí, de pie, entre mis rodillas, que salían de la cama. Te quitaste la camisa, me sentaste...
Esa noche me invitaste a pasear por tu cielo, aferrada a tu cuerpo, a tus manos, a tu boca, a tu piel, tu cielo particular, lleno de acordes de esa mujer amante que tarareaste en mi oído.
“Corazón sin Dios, dame un lugar
en ese mundo tibio, casi irreal”
Toda la noche en tu cuerpo, como tantas otras noches, mientras duro ese sueño que recuerdo tan bien, cada detalle, palpitando en mi sien. Bueno, eso gatillo una que otra sangrienta pesadilla en mí, pero habrá valido la pena, el cielo no se visita todos los días. Como todas esas noches, como anoche.